Ágiles como ardillas
Llegamos por la mañana a este parque de 10 hectáreas plantado de árboles. Todavía hace fresco y los pájaros trinan alegremente entre el follaje, aún muy verde para ser principios de verano. Los niños están impacientes porque les hemos prometido una mañana de escalada. Los abuelos nos ven ponernos los arneses de seguridad. No es tan fácil. Hay que pasar cada pierna por el arnés antes de abrocharlo bien», nos dice el instructor.
Antes de lanzarnos a los árboles, los cuatro hacemos una prueba, a un metro del suelo, bajo la mirada del instructor, que comprueba que hemos entendido el sistema de doble mosquetón. ¡Sólo se puede desenganchar uno a la vez! Los niños están concentrados y decididos a demostrar que lo han entendido todo. En tierra, los abuelos les animan y hacen muchas fotos. Ya está, ¡hemos hecho el calentamiento! Ahora toca practicar en los circuitos de verdad. Papy y Mamie nos dejan aquí para ir al estanque del Vieux Château, a cinco minutos a pie. Con sus cañas de pescar bajo el brazo, están encantados de poder disfrutar de una hermosa mañana soleada junto al agua. Nos reuniremos con ellos para comer.
En cuanto a nosotros cuatro, empezamos con el curso de «principiantes», que requiere una altura mínima de 1,20 metros. Mosquetón tras mosquetón, nos abrimos paso por puentes de mono, escaleras de madera y tirolinas cortas. Los niños están encantados y enseguida se sienten cómodos e independientes. Siempre les vigilamos, pero es muy satisfactorio verles valerse por sí mismos, evaluar la altura y ser responsables de su propia seguridad. Para más emoción, pasamos directamente al recorrido de exploración. Aquí, las tirolinas son más impresionantes y los obstáculos más complejos. ¡Cuidado con el vértigo! El suelo está varios metros más bajo y nuestras cabezas rozan las ramas de hayas y otras frondosas.