A la entrada del Souterroscope, nos recibe un gran armazón cubierto de hiedra que recuerda el pasado industrial y minero del lugar.
Nos ponemos los preceptivos cascos y nos ponemos en marcha. Tenemos que seguir la audioguía, cuya narración se transmite a través de diferentes altavoces, que se encienden y apagan para marcar nuestro recorrido. Atravesamos un pequeño valle escarpado rodeado de rocas. A principios de primavera, los helechos reinan y los jacintos silvestres han florecido. Aquí, la audioguía nos explica la geología de nuestro planeta, hace millones de años, y más concretamente en Caumont l’Eventé, donde estos antiguos depósitos de arcilla permitieron la formación de yacimientos de pizarra.
La señal sonora nos indica que ya podemos adentrarnos bajo tierra. El contraste entre el exterior y el interior es sorprendente. Es muy fresco y húmedo, con temperaturas que nunca superan los 12 grados, por lo que conviene llevar un buen abrigo. Nuestros ojos se acostumbran poco a poco a la penumbra y se abre ante nosotros una galería de unos treinta metros de largo. Tuvimos que caminar al mismo ritmo que la iluminación y el sonido. El olor a musgo y humus nos hacía cosquillas en la nariz y las paredes goteaban agua constantemente, aunque fuera no llovía.
Llegamos a la primera cámara subterránea, donde hay un lago asombrosamente azul y cristalino. La audioguía nos dice que tiene tres metros de profundidad. ¡Increíble! El fondo es tan transparente que se puede tocar agachándose. Más adelante, el camino se curva y llegamos a una galería abierta. Altas rocas cubiertas de vegetación rodean un segundo lago más grande. Se trata de la antigua entrada a la mina, por la que los trabajadores descendían y exploraban estas galerías antaño secas, ahora sumergidas bajo quince metros de agua. Los espeleólogos actuales aún no han explorado toda la extensión de este laberinto, excavado a fuerza de esfuerzo.
En otra sala, una película explica el duro trabajo realizado por los obreros del «oro azul de Caumont». Utilizando picos y mazos, tenían que extraer grandes bloques de roca, que luego eran llevados a la superficie, donde otro equipo de trabajadores se encargaba de cortarlos en el sentido del grano y cada vez más finos para hacer pizarra. Aunque los accidentes eran raros en esta mina, no por ello eran menos trágicos.